Durante muchos años he escuchado y visto cómo profesores universitarios, entusiastas y estudiantes de artes -y hechos culturales afines como arquitectura y diseño- en la Universidad de Los Andes defienden a capa y espada el discurso tradicional sobre los llamados “derechos de autor”, sosteniendo que ellos y ellas y sólo ellos y ellas son propietarios y dueños de todo cuanto producen y muestran, y que el sistema legal de los derechos de autor es lo único que les permite satisfacer esta protección que, además, demandan como inherente al ser humano. Esto que he visto en esas facultades, no deja de aparecer -cada vez de modo menos esporádico- en otras facultades en donde nunca falta algún avezado miembro de esa comunidad que demande protección legal sobre aquellas cosas que escribe y también sobre las que publica.
Desde hace tiempo siento que esa capa con la que defienden estos “derechos” está rota y la espada que le acompaña es inservible.
Cuando, durante el año 1994 y 1995 me internaba en mi investigación de grado sobre el sistema de salud en Venezuela, llegué a invertir muchas horas en la facultad de medicina localizando documentos sobre organización de sistemas sanitarios en varias partes del mundo. Di con un libro, a mi juicio muy bueno, sobre el sistema brasileño y también pude tener acceso a un libro, de similares características, sobre el venezolano que incluía una prospectiva de su desarrollo en los años siguientes. Este último había sido escrito por un profesor de la Universidad de Los Andes que, por la época ocupaba el cargo de la dirección de la naciente CORPOSALUD en el gobierno de Jesús Rondón Nucete. Durante mi revisión de ambos textos, pude constatar -no sin asombro- cómo el profesor de la ULA había tomado, al menos, unas 5-6 páginas del libro escrito en portugués y las había introducido en el suyo con su traducción libre y sin la respectiva cita. De hecho, el texto brasileño no figuraba en las lecturas de referencia adjuntas al mismo. Conversé con mi tutor de entonces sobre la necesidad de hacer público el plagio y éste me sugirió callar.
Capa rota y espada desgastada, incongruencia que atenta contra el propósito de defender el estatus de quienes buscan proteger los derechos de autor sin ver que son poco más que una tautología sobre los productos culturales.
Hoy, luego de visitar la feria del libro universitario (FILU 2009) pude constatar la variedad de DVDs con copias (ripeadas) de películas que estaban en venta en el stand de la Facultad de Arte de la Universidad de Los Andes. En un stand que tiene material sin duda apetecible, tan sólo se podían observar DVDs en venta, “copias piratas” que llaman muchos, con lo cual no parecía ser muy distinta la cosa a los llamados “top manta” españoles.
No criticaré el hecho de que se vendieran copias, pues no es ese el punto, sino el hecho, de que por muy apetecible que pueda resultarme tener en casa otra película de Kurosawa, de Chaplin o de cualquier director contemporáneo español como Almodóvar o norteamericano como Woody Allen; no deja de resultarme obsceno que este material -que ha sido descargado, a buen seguro, utilizando las mismas redes p2p a las que seguro denunciarían de saber que sirven para descargar material de “su” autoría- sea vendido por la facultad de arte como su único producto público y que, de paso, sea el producto de una facultad tan “crítica” con la necesidad de defender la estructura actual de derechos de autor que prohíbe y criminaliza la transmisión de datos de productos culturales a través de redes p2p.
Antes de que se confunda, no estoy de acuerdo con la criminalización de las redes p2p, ni mucho menos con la clasificación de piratas que nos hacen quienes “sacrosantamente” defienden los derechos de autor, y que con su accionar social se convierten en hipócritas de oficio.. y de cuidado. Tan sólo muestro la incongruencia e inconsistente de quienes critican la tecnología (el p2p) y las prácticas (la compartición de música y similares por esta vía), pero no dudan en usar esa tecnología y práctica que critican para montar sus chiringuitos y obtener beneficios económicos inmediatos.
“Lo imparable es algo que no se puede detener” solíamos escuchar años atrás en tertulias radiales de las que disfrutaba escuchando para conocer el entorno en el que entonces vivía: Madrid. En estos tiempos, lo imparable es, a mi juicio, la intolerancia con las incongruencias e inconsistencias entre acciones y declaraciones.
Las universidades van cayendo, se ve. El mismo criterio “universal” del conocimiento ha entrado en crisis desde hace décadas, con lo cual la raíz y razón misma de su constitución está en cuestionamiento permanente. Sin embargo, la inconsistencia de esta época de crisis y de renacimiento impone la sensatez como la única vacuna ante el laberinto de la torpeza circundante.
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