El conjunto de elementos y accciones que conforman aquello que identificamos como el quehacer humano actual ha devenido en una casi permanente incautación del conocimiento que él mismo posibilita generar. En este contexto cada vez aparece de un modo más claro que esta incautación del conocimiento, y del propio quehacer humano, comienza desde la incautación misma de significados y palabras que sustentan buena parte de los intercambios y de las conversaciones que construyen al quehacer humano como fenómeno social.
¿En dónde ocurre esta incautación de un modo más evidente y más temido? Quizás una revisión a los discursos políticos (o sociopolíticos tal vez sería más apropiado), y por cercanía al venezolano, nos permita pasearnos por un campo desde el cual la opinión pública es conducida -casi- según el placer de determinados grupos y con poca -o nula- resistencia. Quizás podríamos apuntar que la poca resistencia ofrecida por la opinión pública ante estos intereses de colectivos claramente identificables, y su mucha permeablidad a los mensajes identificados como adversos a un quehacer constructivo de sociedad, tienen su raíz y origen en problemas de formación y aprendizaje ciudadano, punto éste al que, sin duda, volveremos en alguna oportunidad.
Hay buenos ejemplos de ello en nuestra historia social actual, de la incautación de la palabra y su incidencia en las conversaciones sociales. Quizás uno de los más claros pueda ser el uso del término “sociedad civil“. Una breve revisión histórica de su uso tanto en la academia como en la acción política venezolana nos hará ver que a partir de los años 90 del siglo pasado, se ha venido convirtiendo progresivamente en un terreno minado para cualquier conversación serena sobre aquello a lo cual una comunidad se debe abocar en su proceso de formación ciudadana. Aquello que en un momento debió signar de manera taxonómica al conjunto de organizaciones y agrupaciones existentes en la sociedad, distintas de las del Estado y de las empresas privadas, acabó siendo utilizado en modo generalizado en nuestro contexto -casi de modo exclusivo- para nombrar al conjunto de organizaciones sociales y empresas privadas, distintas del Estado y con una tendencia política clara en franca oposición al gobierno y sus decisiones. De modo que no se trata de un cuerpo amplio, heterogéneo en posiciones políticas como quizás es la intención genuina del término y lo que signa, sino de un grupo reducido, casi exclusivo, con la oposición frontal a las decisiones del gobierno casi como único elemento común.
Ante un término incautado de ese modo, cada vez que alguien habla de “sociedad civil” ante un público relativamente amplio es posible encontrar serias dificultades para hacer entender de qué se trata realmente, y con frecuencia se puede llegar a percibir en el auditorio -o en parte de éste- una resistencia casi natural al mensaje transmitido. Aquí, la incautación del significado de esta palabra troca en prácticamente inútil su uso (pues ya no signa cuanto debería y, además, signa aquello para lo que no está llamado), y también desvirtúa cualquier intención genuina de generar conocimiento a través de su uso.
Podríamos pensar en otros ejemplos igualmente ilustrativos, pero más que hacia una enumeración la reflexión quizás debiera conducirnos a desvelar elementos que permitan discernir en cuáles espacios se encuentra incautada la palabra (sus términos, sus usos o sus significados), al servicio de cuáles intereses y cómo podría emprenderse una ruta viable hacia su liberación. De modo que la reflexión debiera apuntar a dilucidar cómo poder avanzar hacia la recuperación de un conocimiento emancipado de sus continuas y reiterativas incautaciones, y cómo conducir al ser humano hacia la búsqueda de su libertad como condición primigenia.