Leo en estos últimos días con suma atención que Richard Stallman se hace eco de lo que varios venimos diciendo desde hace tiempo: dejemos de hablar de propiedad intelectual. Recuerdo entonces aquella leyenda que atribuye la frase que titula este post a Galileo Galilei, al mostrar la natural rebeldía que, de algún modo nos habita cuando nos mueve algo que nos convence, pese a no ser convencional.
La repercusión de tal declaración es mucha, pese a la excentricidad del personaje, pues es uno de quienes más fuertemente en el ámbito internacional ha llevado el discursos sobre el software libre, pero no deja de resultar curioso que tantos medios lo reseñen en este momento como algo sumamente importante, cuando muchos de esos medios sabotearon la reforma constitucional en Venezuela, desde hace meses, entre otras cosas porque la modificación propuesta para el artículo 98 incluía un deslinde con respecto al concepto de propiedad intelectual, a fin de proteger a los autores de la especulación de los monopolios (editoriales, de software, y en general de los monopolios culturales). Además, hace tan sólo un año atrás, el mismo Stallman no parecía dejar muy claro que el problema fuera de lenguaje, sino de establecer compartimentos para los derechos de copia lo cual, a mi juicio, es como quitar una fiebre infecciosa a punta de compresas de agua tibia en el estómago. Cierto que esto de la propiedad intelectual está tan difusamente confuso que ha llegado a un momento en que muchos no saben dónde es que están confundidos.
Pero no es de política que venía a hablar en este espacio, ni de las colitas que otros se dan en los discursos de vanguardia porque, después de todo, se necesita mucho apoyo discursivo para vencer un paradigma tan arraigado. Hoy quería hablar de un post de mi amigo Jorge Gómez, encargado desde hace años (contra viento y marea todo hay que decirlo) del proyecto Letralia, Tierra de Letras, que se ha constituido en un espacio importantísimo para escritores y amantes de la literatura hispanoamericana, clásica y contemporánea.
Bien, se trata de un post titulado “Del encuentro al Desencuentro“, sobre eso que la gente entiende como propiedad intelectual, sin darse cuenta que haciéndolo se hace engranaje de un discurso que acabará, inevitablemente, por hacerlos papilla. La discusión que se generó después de su post no tiene desperdicio.