(Noticia tomada de: http://www.eleconomista.cubaweb.cu/2007/nro306/banco-del-conocimiento.html)
Por José Antonio Sanahuja-Pueblos
Es de todos conocido el papel clave que juega el Banco Mundial en la financiación del desarrollo. Cada año, miles de millones de dólares procedentes de esta institución se invierten en proyectos de formación de capital físico, humano, o para preservar y hacer mejor uso de lo que el Banco llama el capital “natural”. En situaciones de crisis financieras, el Banco Mundial también ha jugado un papel clave en los programas de “rescate” pilotados por su institución hermana, el Fondo Monetario Internacional. Aunque esos préstamos comportan una severa condicionalidad, tienen una ventaja respecto a los que podrían obtenerse a través de la banca privada, ya que el Banco no aplica a sus tipos de interés la prima de riesgo vigente en dichos mercados. Dado que sus créditos suelen ser más baratos que el equivalente comercial, y a pesar de las críticas a la condicionalidad del Banco Mundial, los países en desarrollo no han dejado de ser asiduos clientes de esta institución.
En los últimos años, sin embargo, los tipos de interés internacionales, excepcionalmente bajos, han coincidido con un ciclo económico favorable en muchos países en desarrollo, al que han contribuido políticas económicas más ortodoxas, y la mejora de las cuentas externas. Esa mejora ha sido alimentada por una extraordinaria bonanza en las exportaciones de materias primas, inducida a su vez por la expansión económica de Asia. Estos hechos, unidos a la ausencia de crisis financieras como las que jalonaron la segunda mitad de los noventa, han reducido drásticamente la demanda de crédito tanto del FMI como del Banco Mundial, por lo que estos han tenido que enfatizar su faceta técnica y científica, mostrándose como “centros de excelencia” que ofrecen conocimiento, además de crédito. Ya en 1996 el entonces presidente del Banco Mundial, James Wolfenhson, definió esta institución como el “Banco del Conocimiento” (Knowledge Bank).
Algunos estudios
Si se atiende a la producción intelectual del Banco, esa definición no es tan pretenciosa como aparenta a primera vista. Cada año, publica varios miles de títulos, que van desde working papers que se distribuyen en los restringidos círculos académicos, hasta las publicaciones “insignia” que se presentan en las reuniones anuales con los gobiernos de los países miembros, como el Informe sobre el desarrollo mundial o las Finanzas globales para el desarrollo. Los textos publicados por el Banco suelen estar presentes, y a menudo son referencia obligada, en las bibliografías de los trabajos académicos sobre el desarrollo. Algunos trabajos, en particular, tienen tanta influencia que se convierten en el fundamento de ciertas políticas o enfoques del desarrollo. Por ejemplo, el modelo de ayuda basado en el principio de selectividad está fundamentado en gran medida en las conclusiones del informe Assessing Aid: What Works, What Doesn’t, and Why, publicado en 1998, que argumentaba que la ayuda sólo era eficaz en un marco de “buenas políticas” y por ello sólo debía otorgarse a los países que las aplicaran.
Paula Cabildo
En distintos momentos se han puesto en duda los resultados de las investigaciones del Banco Mundial, así como las políticas que se derivan de ellas, pero esas críticas proceden, generalmente, del exterior. En enero de 2007, sin embargo, el propio Banco ha dado a conocer una ambiciosa evaluación del conjunto de su actividad de investigación realizada entre los años 1998 y 2005. La evaluación gira en torno a la actividad de la Vicepresidencia de Economía del Desarrollo -verdadero “cerebro” académico del Banco-, pero también cubre los estudios realizados por los departamentos temáticos y geográficos, así como los que se encargan a centros externos. Las credenciales académicas del equipo responsable de la evaluación son irreprochables, pues está integrado por Angus Deaton, de la Universidad de Princeton, Kenneth Rogoff, de la Universidad de Harvard, y anteriormente economista-jefe en el FMI, Abhijit Banerjee, del MIT, y Nora Lustig, del PNUD [1].
La evaluación reconoce que buena parte de los estudios del Banco Mundial son “de alta calidad”, y para corroborar esa afirmación basta mencionar trabajos como los realizados en el proyecto “Las voces de los pobres”, de Deepa Narayan, o los estudios sobre desigualdad internacional de Branco Milanovic. Sin embargo, la evaluación también destaca que parte de los trabajos se orientan a sostener, sin pruebas, posiciones políticas fijadas de antemano; que el abuso de modelos econométricos lleva a establece relaciones de causalidad allá donde sólo hay correlaciones estadísticas, sin que se aporten modelos interpretativos consistentes; que en ocasiones se trata de “un análisis autoreferencial hasta llegar a la parodia”. La presencia de investigadores y de centros de países en desarrollo es marginal, y las posiciones divergentes y aquellos que disienten de la línea oficial del Banco son ignorados de forma “rutinaria”.
Al analizar algunos estudios particularmente influyentes, la evaluación resalta el riesgo que supone basarse en sus conclusiones para la formulación de políticas. Por citar algunos ejemplos, los trabajos de David Dollar y Aart Kray vinculando reducción de la pobreza y apertura económica, en los que, en parte, se ha basado la visión favorable de la globalización del Banco, tienen tales fallos “que no son ni remotamente fiables”. Los estudios de Willian Easterly, Craig Burnside, David Dollar, Lant Pritchett y Paul Collier sobre la relación positiva entre ayuda y “buen gobierno” se ven refutados estadísticamente si se aumenta el periodo de la muestra. Los estudios de este último autor sobre conflictos armados y su relación con los recursos naturales “carecen de marco conceptual y empírico adecuado”. De las críticas no se salva la publicación más importante del Banco, el Informe sobre el Desarrollo Mundial que se publica cada año. Aunque se trata de una publicación valiosa, a menudo sus conclusiones están determinadas o negociadas de antemano, y desde que comenzó a publicarse en 1978, aún no se ha evaluado su impacto.
Muchos de estos hechos no son nuevos. A mediados de los noventa el Banco vio minada su credibilidad al manipular los resultados de un importante estudio impulsado por el gobierno de Japón. Dicho estudio pretendía extraer enseñanzas para el conjunto de los países en desarrollo de la particular política seguida por los países de nueva y novísima industrialización de Asia, prestando atención, en particular, al papel del Estado y la adopción de políticas activas dirigidas a promover la industrialización, la innovación tecnológica, y las exportaciones. El informe final, de hecho, reconocía las enseñanzas arrojadas por esas experiencias de desarrollo, pero según describía un artículo de Robert Wade, más abajo citado, un largo proceso administrativo, el paso por la Vicepresidencia de Asia, y el trabajo de periodistas y editores de texto lograron que el estudio, finalmente, llegara a conclusiones opuestas: que la clave del “Milagro de Asia Oriental” (como se tituló finalmente el estudio) era la amplia apertura comercial y la ausencia de interferencias estatales.
Las razones de que buena parte de la actividad investigadora del Banco no sea válida son muy variadas. Las más obvias, según la evaluación, tienen que ver con el mantenimiento de la línea oficial, que se traduce en presiones ejercidas desde la Presidencia o las Vicepresidencias respectivas para que no se diga nada en contra de dicha línea; el marcado economicismo de la investigación, que pone de manifiesto la casi total ausencia de investigadores que no sean economistas, y que no se considere “científico” ningún resultado que no esté avalado por una buena regresión o un modelo econométrico, menospreciando los métodos de otras ciencias sociales. También se apunta a la endogamia y a la parcialidad con la que se elaboran los términos de referencia y los proyectos de investigación.
La “estructura de conocimiento”
Sobre esas razones puede arrojar más luz un artículo de Robin Broad publicado apenas un año antes, cuya aparición trató de impedir el propio Banco. Según Broad, el Banco se sirve de seis mecanismos interrelacionados para conformar una particular “estructura de conocimiento” orientada al mantenimiento de determinados paradigmas. Son los siguientes:
Contratación: a pesar de la aparente diversidad étnica de su personal, en realidad existe un virtual “monocultivo intelectual”, pues la práctica totalidad de los investigadores son economistas formados en Estados Unidos y el Reino Unido.
Promoción: la promoción y la posibilidad de alcanzar la estabilidad laboral, junto con otros incentivos, desalienta la elaboración de trabajos que desafíen el pensamiento convencional en el seno de la institución.
Aplicación selectiva y parcial de las normas: los trabajos que expresan puntos de vista heterodoxos son sometidos a un proceso de evaluación externa más riguroso y exigente y en ocasiones, finalmente son descartados.
Aislamiento de los disidentes: se admite a los críticos en cuestiones marginales, pero no en los aspectos fundamentales de la línea del Banco y de su núcleo de pensamiento neoliberal.
Manipulación de los datos y conclusiones: en algunos casos, se ha detectado que en la elaboración de los resúmenes ejecutivos y las notas de prensa, se ocultan o falsean datos y se desnaturalizan o reorientan las conclusiones.
Proyección externa: desde el periodo Wolfensohn, el departamento de Asuntos Externos ha aumentado su presupuesto, llegando a contar con más fondos que algunos influyentes think-tanks conservadores de Estados Unidos. Ese departamento selecciona los informes y estudios a promover, realizando una intensa labor de difusión de los mismos en ámbitos políticos, periodísticos y académicos.
El indicador más significativo de estos problemas es el hecho de que el debate académico y práctico en torno a las políticas de desarrollo se produce fuera del Banco y no dentro. La renuncia del economista jefe Joseph Stiglitz en febrero de 2000, tras proponer un “post-consenso de Washington”, y, poco después, del coordinador del Informe sobre el Desarrollo Mundial, Ravi Kanbur, cuestionado por su enfoque sobre la pobreza, parecen indicar que quienes desafían las convenciones intelectuales dominantes desde dentro de la institución, tarde o temprano se ven obligados a abandonarla por efecto de las presiones del principal accionista, Estados Unidos, y el rechazo de sectores ortodoxos del propio Banco.
La investigación académica sobre el desarrollo requiere independencia y autonomía, y un estatuto para dicha actividad que la proteja de las interferencias propias de la agenda política, y el Banco Mundial, por su propia naturaleza, no puede ofrecer esas condiciones. A pesar de presentarse como una institución eminentemente técnica, no es ajeno a la estructura de poder que caracteriza sus órganos de gobierno, dominados por el G-7 y por Estados Unidos. El Banco Mundial representa un buen ejemplo de tecnocracia, en el que el conocimiento es una fuente de poder, y no necesariamente un instrumento para el desarrollo y la reducción de la pobreza.
José Antonio Sanahuja es director del Departamento de Desarrollo y Cooperación del Instituto Complutense de Estudios Internacionales (ICEI). Este artículo ha sido publicado en el nº 25 de la edición impresa de Pueblos, marzo de 2007.
[1] La evaluación está disponible en http://www.princeton.edu/ deaton, o bien a través de la página web del Banco Mundial.