Desde hace días veo con algo de fastidio la invasión de una práctica hasta hace poco reservada a los desarrolladores vinculada con la identificación numérica de las versiones de sus códigos (p.e. OpenOffice 2.0.)
El fastidio ocurre por varios motivos. En primer lugar, considero que es un despropósito pretender que el conocimiento que se genera de la observación de un individuo (estudioso o no) sobre el hecho social en donde él ocurre puede tener “versiones” claramente “superiores” a las anteriores y que posibiliten una suerte de “mejoras” en el concepto en sí mismo. Un ejemplo, el modo en que en la época de mi madre se entendía, por ejemplo, la responsabilidad de una mujer con respecto a las labores del hogar no es mejor ni peor de la actual, y muy difícil es decir que aquella era una versión del tipo “femineidad 1.0.1” y la de hoy en día es algo así como “femineidad 2.0”, simplemente son reflejos de contextos y sociedades con prácticas distintas.
Aceptando que el conocimiento ocurre como consecuencia, en buena medida, de la construcción de significados, y que esos significados, necesariamente, tributan a prácticas y contextos sociales determinados, y determinantes, difícil es concebir las ideas del ejemplo anterior como simples mejoras de un prototipo, tal como se aplica en los procesos de generación de software. La llegada de expresiones “Web social 2.0”, “Aprendizaje 3.0” etc., implica traer conceptos técnicos a la observación de fenómenos sociales vinculados con el uso de la técnica y la tecnología sin ninguna reflexión que medie en su uso.
El conocimiento sólo es concebible si se acepta su carácter acumulativo (tácito o explícito) esta es una característica que puede compartirse con los procesos de generación de software. Sin embargo el papel del fenómeno de “acumulación” en el conocimiento y en el software son claramente distintos: mientras en el primero la acumulación pudiera ser concebida como producto y causa de la experiencia misma del ser humano (y de su aprendizaje), para el caso del software la acumulación es consecuencia directa del despliegue de las habilidades propias del aprendizaje de una técnica y tiene el sentido práctico de introducir mejoras en las funcionalidades del código: es decir que haga mejor lo que ya hace.
La introducción de la idea de “versión” en torno a algunos significados sociales vinculados a la socialización de las TIC, quizás sea tan sólo producto de la búsqueda de una “frase-gancho”. De ser esto así, se supera en mucho el propósito que también pudiera estar oculto tras este uso (que recién comienza a extenderse): la socialización del individuo de a pie con ese tipo de usos del lenguaje. Aquí cabría preguntarse a quienes atrae estos “deslices” idiomáticos ¿a quien no tiene idea de los modos de hablar de los técnicos del software? o más bien, ¿al técnico del software que busca mirar a la sociedad a través de un código?
A la espera de la respuesta, diré, empero, que la enumeración de “versiones” con respecto a nuestros significados sociales, no parece venir asociada a una reflexión concienzuda en primer término sobre el uso de expresiones técnicas idiomáticas en nuestro lenguaje (lo cual no es inocuo en ningún caso), y en segundo término sobre lo que han significado las “versiones anteriores” de esos conceptos que, desde la técnica, se nos muestran en sus “nuevas” elaboraciones.
Esto último me permite introducir un elemento adicional que tiene que ver con la segunda razón de mi molestia con respecto a estas licencias idiomáticas: no son continentes de nada nuevo, y cada “versión” de ese conocimiento parece ser un borrón y cuenta nueva de todo lo anterior, con lo cual se niega la condición de “versión” vinculada a la numeración utilizada en la producción de software.
Hablar de Web 2.0 para aglutinar el conjunto de herramientas de software social que vienen utilizándose desde hace años aprovechando las TIC para conectar y vincular a personas es, sencillamente un chiste. Pero hablar de “Aprendizaje 3.0” para denotar aquello que ocurre en espacios informales en los que el individuo aprende y se forma, a través del contacto con el saber hacer de otros, es sencillamente negar la historia y el devenir de nuestras sociedades desde siempre. Son en ambos ejemplos, nuevas botellas para vinos de siempre.
Porque ¿qué otra cosa han hecho los individuos desde siempre sino buscar aprender unos de otros en ambientes no formales?
Creo que asistimos a un profundo desconcierto de la memoria del ser humano producto de su incesante búsqueda de la innovación y la tecnología por sí mismas y su enajenación como hecho social. Creo que esa “adaptación” de un lenguaje técnico en torno a conceptos y convenciones sociales a través del símil a versiones de software no debiera ocurrir sin una reflexión sobre su ocurrencia.
El lenguaje, aunque tiende puentes como el software, es más que software, más que técnica …
de modo que requiere, como la palabra, cultivo y cuidado. Sin duda, las TIC son un hecho-social, pero no son lo-social, ni pueden dar cuenta cabal de ello. Allí, el uso de sus propias convenciones idiomáticas al lenguaje no pueden producir una imbricación automática e irreflexiva de unos términos técnicos sobre significados sociales como la vía expedita de socializar la tecnología, sino precisamente la reflexión sobre el valor y peso del lenguaje en la construcción de los significados culturales comunes a todos y constitutivos del quehacer social de cada comunidad.